29.8.06

Ausencia

Mil cosas deberían estar en mi cabeza y sólo encuentro una. Ya que no te tengo, ya que todo mi yo vive en ti.

¿Qué puedo hacer si no consigo abrazarte? ¿Qué puedo hacer sino resignarme, sino pensar que las cosas son como son y no puedo hacer nada contra lo que es sin ser y me deja sin saber qué hacer, ahora que no puedo ver tus ojos? ¿Qué puedo hacer más que darte los buenos días con un beso en los labios tan suave como la tímida luz del alba que se cuela entre las sábanas, como tú te colaste en mi vida sin siquiera darnos cuenta?

¿Qué puedo hacer sino ser feliz entre lágrimas de ausencia? ¿Qué puedo hacer si mi vida tiene tu nombre y tus manos, si mi ser besa con tus labios, si mi alma grita sin tenerte, si mis huesos se quiebran sin la suerte de que vuele el reloj hasta el mismo momento de sentirte de nuevo entre mis penas tornadas en alegrías? ¿Qué puedo hacer sino amar a la persona que recogió del suelo mis pedazos de esperanza y me brindó un mundo de ilusiones vividas y por vivir? ¿Qué puedo hacer sino romperme yo mismo si algún día veo rotas esas ilusiones, si algún día tu ausencia es permanente y no puedo oír de tus labios en la estación que pronto nos veremos? No me importa lo que piensen, es humano sentir miedo. Miedo de morir en vida.

Es humano amar.

Es muy fácil amarte.

12.8.06

Cuatro palabras

El aire era gris. Y en mi cama moría la carta que lo decía todo en nada. Cuatro palabras que, sin previo aviso, salieron del papel para dejarme sin tu esencia, para dejarme con tu ausencia.

El silencio era ensordecedor. Y una cucaracha suponía el único elemento de vida que quedaba en la estancia. Tu carta era la muerte, que quemó mis manos que aún arden entre llamas y sollozos. El teléfono sonaba de vez en cuando, pero no creo que fueses tú. Nadie a este lado. Todo en mi corazón.

El olor era insoportable. Tal vez eso atrajese a los vecinos. Pero ya daría igual. A ti, de hecho, ya te daba igual. No importaban las palabras, que ya estaban olvidadas. No importaban las caricias y los besos, que probablemente no tardarían en encontrar nuevo dueño. Yo no te importaba. Yo no me importaba. Tú nunca dejaste de importarme.

El agua se había teñido de rojo. Y mi mano aún sostenía nuestra última mirada. Afilada, como la oscuridad que me encerraba.

Y la carta del adiós reposando sobre lo que un día fue nuestra cama. Y esas cuatro palabras que, entumecidas por la humedad, descansaban junto a mí.

Yo ya no soy. ¿Y tú?

4.8.06

Dos espejos

Navego en el mar marrón que me lleva hasta el centro. Donde miras, donde me veo, donde enfocas, donde proyectas los secretos que tu cuerpo encierra. No me importa enredarme durante horas en tus pestañas, mientras un hilo de luz se cuela hasta tu alma.

Converso con ellos, sin palabras, porque no son necesarias. Y nos decimos tantas cosas que no caben en mil palabras. Durante segundos, minutos, tal vez horas. Nada importa.

Silencio… estamos hablando. Yo a ti también te amo.