12.2.06

Y yo no te digo nada

En ocasiones tengo la impresión de que no soy como los demás. Tú, por si acaso algún día se me olvida, te ofreces gentilmente a recordarlo. Soy un tipo raro, pero me gusta. Soy un tipo raro, pero me gustas… y eso es muy normal.

Qué aburrido sería todo si todos fuésemos iguales. Tú dices que no es mala mi extraña forma de ser, que es algo bueno, pero yo no logro escucharte porque ando entreteniéndome con tus ojos, imaginando que los veo al despertar, jugando a ser uno tú y yo. Tú me dices cualquier cosa y yo me imagino que me dices que me necesitas. Y sonrío. Y sonríes, sin saber las fantasías que recorren mi cabeza en esos momentos. Me siento tentado de claudicar, de faltar a la promesa que me hice de siempre callar. Cierro los ojos y siento una imperiosa necesidad de decirte que si me levanto cada mañana es sólo porque sé que te voy a ver. Cierro los ojos y necesito decirte que si te quedases conmigo para siempre, nunca te faltaría un “te quiero”.

Pero, al fin y al cabo, la princesa no se enamora del tipo raro. Bien es sabido, por tanto, que el tipo raro debe callar. Debe callar y mirar a la luna. Debe mirar a la luna y soñar. Y soñar… y soñar. Soñar un sueño donde todo sale bien. Soñar el único mundo donde tú y yo podremos estar juntos.

Y dan ganas de saltar, de tocar tu cielo con los dedos por un instante, aunque después se caiga al abismo. Dan ganas de quererte hasta que duela el corazón, hasta que no se pueda más. Dan ganas de inmortalizar tus labios, de decirle al mundo entero que te admire, porque nunca encontrará algo igual. Pero me callo y te guardo para mí. Soy así de egoísta. Te quiero para mí. Para mí y para mis labios. Y yo no te digo nada.

5.2.06

Delirios febriles II

Busco un pedazo de mí.
Pero no hay nada.
Busco la luz que me lleve a ti.
Pero no hay nada.
Todo quedó olvidado.
Nada.
Todo murió.
Y tú ni lo sabes.
Y me temo que nunca lo sabrás.
Sólo sabes que te sueño.
Te sueño y desespero.
No puedo permitirme el lujo… de caer otra vez.