Luz en la tormenta
Malditos días en los que nada se puede hacer, aparte de desesperarte. Días que desearías estar muerto o, al menos, en otro lugar, muy lejano al que te encuentras. Tal vez solo, sin nadie a quien tener que dar explicaciones de las cosas que haces, de las cosas que sientes. Tumbado sin ninguna preocupación mayor que dejar pasar el tiempo. Cómo me gustaría poder olvidarme de todo.
Cuando todo parece acabar con mi cabeza apareces tú de la nada. Tan linda, tan preciosa, tan tú. Y las malas caras se tornan en sonrisas. Y aparecen las ganas de vivir. Y los oscuros pensamientos se vuelven locos ante tu presencia. No pienso, sólo te admiro. Cómo me gustaría coger tu mano en esos momentos y llevarte al lugar donde no existen las sombras. Ese lugar donde, estés donde estés, siempre hay un haz de luz iluminando tus ojos.
Eres capaz de dar la vuelta a cualquier situación. Todo cambia si tú me miras. El mundo entero se detiene para escuchar tus dulces palabras, que se deslizan por esos labios que tanto anhelo. Sólo quiero enredarme en tu pelo y no separarme de ti nunca.
Detienes tormentas con una sola sonrisa. Todo está en paz si estás tú para evitar la catástrofe, la caída. Y yo me caigo. Y me levanto al verte. Pero tarde o temprano desapareces y pierdo mi apoyo. Tarde o temprano mis ojos dejan de verte y mi corazón empieza a buscarte en cada rincón de la habitación. Me parece oír tu voz, pero no estás. He perdido mi apoyo y no puedo levantarme. Tú eres mi apoyo y sin ti no puedo levantarme. Y la tormenta está llegando. El agua me llevará. Y no te tendré para salvarme. Nadie se queda conmigo nunca para salvarme. No estarás tú para salvarme... y no podré decirte cuánto te quiero.